San Pancho
México genuino
Aunque la crisis económica que
afecta a Estados Unidos ha
golpeado fuerte a México, sobre
todo en términos turísticos, es
evidente que la fisonomía de
Riviera Nayarit cambiará en los
próximos años, para bien o para
mal. Hacia el norte existen
proyectos, aunque medio parados,
como Litibú –que impulsa Fonatur
, el mismo organismo estatal responsable de otros “desarrollos”
como Ixtapa o Huatulco– y, a unos pocos kilómetros de
Sayulita, playas aún desconocidas como
San Pancho o Lo de Marcos, que seguramente crecerán a
futuro, sobre todo cuando se termine de construir una
carretera de cuatro pistas que vendrá desde Nuevo Vallarta
para reemplazar a los poco señalizados caminos de una pista
que hoy unen a todas estas playas.
Por ahora, sin embargo, se trata de dos sitios que ofrecen uno
de los rasgos más notables de esta parte de la costa mexicana: la
mezcla. Claro. Por un lado están los clásicos megahoteles de
Nuevo Vallarta, luego las exclusivas villas de Punta Mita, más
allá la onda hippie-chic de Sayulita y, por último, playas
típicamente mexicanas como San Pancho o Lo de Marcos.
San Pancho es un silencioso pueblo con calles empedradas y
casas de colores, que antiguamente vivía de la extracción de
aceite de coco, y que ahora, cada vez más, está viendo cómo
llegan turistas –sobre todo canadienses– a pasar largas
temporadas frente a su extensa playa de arenas cafés, también
con buenas olas para el surf.
En San Pancho no hay mucho que hacer salvo pasear un poco
por su arbolada plaza, comer algo en el bistró orgánico del
pequeño y mejor hotel del pueblo, Cielo Rojo, comprar alguna
artesanía huichol –los indígenas de Nayarit, que elaboran unos
preciosas figuras de animales decoradas con mostacillas de
colores, llamadas chaquiras– y, claro, pasar la tarde completa
en la playa, bebiendo cerveza con los pies en la arena, bajo la
sombra de una palapa. ¿Habría que querer algo más?
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